Lunes 19 de mayo del 2025
El Perú atraviesa una crisis de valores sin precedentes, donde la corrupción y la falta de ética corroen rápidamente los cimientos de nuestra sociedad. En este contexto, los líderes empresariales tenemos la responsabilidad ineludible de promover un cambio profundo, actuando como agentes de transformación y modelos a seguir.
La clave radica en la congruencia entre nuestras palabras y nuestras acciones, entre el decir y el hacer. No basta con proclamar valores y conductas corporativas ejemplares, ni ser embajadores de códigos de conducta empresariales desarrollados con los mejores estándares éticos, si nuestro comportamiento en el día a día los contradice. Debemos ser coherentes en cada aspecto de nuestras vidas, tanto dentro como fuera del ámbito laboral.
El liderazgo se ejerce a través del ejemplo, en cada palabra, pero principalmente en cada acción. No podemos exigir a nuestros colaboradores lo que nosotros mismos no practicamos. Un líder que predica la honestidad, pero no cumple las regulaciones, toma atajos indebidos o se aprovecha de su posición, mina la confianza y socava la credibilidad.
Es muy común que nos quejemos de la corrupción y de las conductas ilegales, nos es fácil levantar el dedo acusador, pero también a menudo incurrimos en pequeñas transgresiones que, aunque parezcan insignificantes, contribuyen a la degradación de nuestra cultura cívica.
Lo más grave es que, en muchos casos, esas pequeñas acciones indebidas las ejecutamos siendo conscientes de que están mal, pero las relativizamos según las circunstancias. Pasarse una luz roja, solicitar facturas para deducir gastos personales, ocupar el estacionamiento incorrecto, saltarse una fila o incumplir las más sencillas normas de convivencia son actos que, aunque menores, transmiten un mensaje pernicioso a nuestros hijos y a la sociedad en general: que las reglas son una sugerencia y no un mandato.
Si los líderes empresariales no asumimos nuestro rol como promotores de la integridad y coherencia, los graves problemas que aquejan al Perú persistirán. No podemos esperar a que el Estado resuelva todos nuestros males. La responsabilidad individual y colectiva es fundamental para construir un país más justo y ético.
Debemos tomar real conciencia de que lo importante no es el tamaño del daño o de la consecuencia causada por una inconducta, sino la acción en sí misma, la falta de integridad y congruencia en entre lo que proclamamos y lo que hacemos. Nuestra responsabilidad de actuar íntegramente no se agota en la puerta de salida de nuestros centros de trabajo, por el contrario, se mantienen en nuestro día a día, cuando nadie nos está evaluando.
Que las deficiencias del Estado no nos eximan de cumplir con nuestras obligaciones. Actuar con integridad no es una opción, sino un deber moral. Cada uno de nosotros, desde nuestra posición, tenemos el poder de marcar la diferencia y construir un futuro mejor para el Perú. La realidad nos convoca con urgencia, para mañana es tarde.